jueves, 14 de enero de 2016

Tal vez

La pesada puerta gris que penitenciaba hacia el norte no se abría. El tiempo había jugado su carta más alta y dejado en jaque las perpendiculares del marco de aquella abertura, que hacía que las baldosas del piso del living denuncien daños a su esplendor. Por todo eso, la mejor opción era abrir la diminuta ventana de la puerta, esperar y espiar desde allí.
Ellos ya habían vuelto de la pileta, habían merendado y regado las plantas de su abuela. Y ahora lo único que tenían que hacer, era esperar.
Era un ritual uniforme. Se repetía varias veces por semana, o tal vez fueron dos o tres veces. La magia del recuerdo y el poder de la imaginación a veces potencian y multiplican los momentos. Pero algo de todo esto era inequívoco: esa espera pronto llegaría a su fin.
-       No viene.
-       ¿Estás seguro? ¿Te fijaste bien?.
-       A ver, esperá… No, no viene.
-       Bueno, arrimá la ventana. Ya va a pasar.
A pesar de que había poco margen para el error, esa litúrgica espera había comenzado tal vez cuarenta y cinco minutos antes. O sesenta. Tal vez incluso más. Ocurre que a menudo la paciencia de dos niños de entre ocho y diez años desafía cualquier programación o esquema de horarios, con la esperanza de torcerlos a su favor y reducir los tiempos de espera.
De pronto, un olor a tierra mojada y el inequívoco sonar de aquel viejo camión anunciaron que la espera había llegado a su fin. Tanta espera había valido la pena.
El camión regador había doblado desde el boulevard Sarmiento y ya sobre Uruguay, se abrieron sus aspersores para calmar la sed de una tierra que por aquellos años cubrían la calle.
-       ¡Salgamos por la puerta del costado!.
-       ¡Dale, vamos!.
Aquellos chicos estaban listos: con el short de baño puesto - o simplemente con la ropa interior - abrieron el portón que interrumpía la prolija y continua geometría de la ligustrina y comenzaron a correr detrás del camión, riendo despreocupados en medio de un improvisado carnaval casero. Tal vez corrieron hasta calle Avellaneda, a media cuadra del taller de bicicletas de don Salcedo; tal vez hasta la otra esquina de calle Paraná. O tal vez hasta treinta años después, momento en que advirtieron que Uruguay ya estaba pavimentada y que la vieja y tranquila calle de tierra Avellaneda hoy es un importante corredor, creado para un tránsito vehicular amigado con el imponente puente Rosario – Victoria.
Pero todo, tal vez. A lo mejor siguen escondidos detrás de la puerta, desconociendo tiempos y verdades, esperando a que el camión ponga guiño y se sumerja una vez más al infinito mundo de calles de tierra inexistentes, casas vacías, un bicicletero con alas y plantas que ya no están. Pero sólo, tal vez.